Decía Valle-Inclán que había tres maneras de ver el mundo, artística o estéticamente:
- De rodillas, la posición más antigua en literatura, porque se da a los personajes, a los héroes, una condición superior a la condición humana, cuando menos a la condición del narrador o del poeta.
- De pie, que es una manera de mirar a los personajes novelescos, desde nuestra propia naturaleza, como si fuesen ellos nosotros mismos, con nuestras mismas virtudes y defectos.
- Y una tercera, que es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de ironía.
Esta tercera manera es la que él dice elegir, definiendo a los personajes de sus esperpentos como enanos y patizambos que juegan una tragedia. En 'Los cuernos de Don Friolera', Valle-Inclán presenta tres versiones distintas de un mismo suceso y cada una con un punto de vista diferente, que curiosamente, coincide con aquellos tres modos de ver el mundo: "de rodillas, en pie o levantado en el aire". El espectáculo prescinde del prólogo y del epílogo, centrándose en el esperpento propiamente dicho, quedándose con el carácter de titiritero metafórico con que el autor quiso mover a sus personajes, seres afantochados y grotescos, más que muñecos de guiñol.
Valle-Inclán escribe multiplicando los sentidos y haciendo chocar contradictoriamente unas palabras con otras o consigo mismas, lo que llevará al espectador a no saber si reír o llorar. Recoge los diferentes niveles de interpretación que tiene la obra e integrándolos en un todo, que van desde lo sainetesco-festivo a lo trágico-grotesco.